Shmuel asintió con la cabeza, cogió
otra servilleta y se puso a limpiar. Bruno vio cómo le temblaban los
dedos y comprendió que temía romper el vaso. Bruno estaba
destrozado, pero aunque quisiera, no podía desviar la mirada.
––Vamos, jovencito ––dijo Kotler, pasándole su odioso brazo
por los hombros––. Ve al salón, ponte a leer y deja que este
asqueroso termine su trabajo. ––Utilizó la misma expresión que
había utilizado con Pavel cuando lo había enviado a buscar un
neumático. Bruno asintió, se dio la vuelta y salió de la cocina
sin mirar atrás. Tenía el estómago revuelto y por un momento temió
vomitar. Jamás se había sentido tan avergonzado. Nunca había
imaginado que podría comportarse de un modo tan cruel. Se preguntó
cómo podía ser que un niño que se tenía por una buena persona
pudiera actuar de forma tan cobarde con un amigo suyo. Se sentó en
el salón y estuvo allí varias horas, pero no podía concentrarse en
su libro. No se atrevió a volver a la cocina hasta mucho más tarde,
por la noche, cuando el teniente ya se había llevado a Shmuel.
John
Boyne, El niño con el pijama de rayas
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