ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ
HAY quien precisa que Platero y yo se publicó el 14 de diciembre de
1914. El dato es bellísimo, a la altura del mismísimo libro, por dos
razones. Por su estricta exactitud, tan ajustada al poeta que suplicaba a
la inteligencia que le diese el nombre exacto de las cosas; y con el
nombre, por qué no, también precisión exacta de las fechas. En segundo
lugar, porque el 14 de diciembre es la fiesta de San Juan de la Cruz,
patrón de los poetas, nada menos, y tocayo de Juan Ramón Jiménez y muy
admirado por él, su paradigma de la poesía verdadera que va por dentro.
Celebremos el cumpleaños, pues, con exactitud y por lo interior.
Apenas habrá un lector de este artículo que no pueda evocar su primera
lectura de la obra. Yo, que hago siempre una cuestión de pundonor que
mis lectores lleguen hasta el punto y final de mis artículos, estaría
encantado con que a partir de esta frase usted se despegase del papel,
mirara al infinito y se adentrase en sus propias evocaciones de aquella
lectura.
La mía no fue lectura, porque lo leía mi padre al acostarme. No
recuerdo si yo sabría leer entonces y me hacía el vago y el mimoso o
todavía no y entonces estaba aprendiendo que en la literatura lo de
menos es el hecho mecánico de leer (como a veces insisten tontamente las
campañas institucionales de promoción de la lectura), sino el
sentimiento, la revelación interior que provoca la literatura, leída,
oída o soñada. A mí me lo leía mi padre y eso fue crucial.
Contra Platero han pretendido arremeter muchos (algunos
escritores y poetas incluso) a cuenta de su supuesta blandenguería. Se
ve que no lo han leído o que, leyendo mecánicamente, no han sido capaces
de sentirlo de veras. Juan Ramón lo dice alto y claro nada más empezar
el libro: "[Platero] es tierno y mimoso igual que un niño, que una
niña…; pero fuerte y seco por dentro como una piedra. Cuando paso sobre
él, los domingos, por las últimas callejas del pueblo, los hombres del
campo, vestidos de limpio y despaciosos, se quedan mirándolo:
'Tine'asero…' Tiene acero. Acero y plata de luna, al mismo tiempo".
Es la gran lección del libro: la sensibilidad no es debilidad,
sino todo lo contario. Yo eso lo supe desde el principio, aunque no
tengo un mérito especial. Juan Ramón no se cansa de advertirlo en
Platero y yo y, sobre todo, yo tuve la suerte de escucharlo en la voz de
mi padre cuando llegaba tarde a casa del trabajo muchas noches.
Publicado en Diario de Cádiz el 14-12-2014
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