Los tres caudillos habían desaparecido. Desde lo alto de la colina, al atardecer, la vista de todo el valle era perfecta y sin embargo, no se sabía cómo, Sigurd, Lars y Ulrike habían levantado sus campamentos a plena luz del día. Quizá, pensó Tito, los oráculos tenían razón. Nada se puede hacer contra la voluntad de los dioses. Nada. Ni siquiera poseer el más poderoso ejército.
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